24 de septiembre de 2015

Ya a la venta...

Cualquier tiempo pasado... y magdalenas está ya a la venta en Amazon. Soy consciente de que había abandonado este blog, y que he tardado en volver, pero es lo que tiene trabajar a jornada completa y escribir al mismo tiempo, que hay cosas que necesariamente se tienen que sacrificar. Pero por fin puedo decir que la he terminado y que ha visto la luz (digital). Mis primeros lectores me han dado opiniones muy positivas. No espero que le guste a todo el mundo, faltaría más, pero al menos sí que resulte entretenida y, ya que es barata, que uno no tenga la sensación de que ha tirado mucho dinero; ¡vale menos que una caña, o casi!

¿Por qué las magdalenas? Mi abuela hacía magdalenas y otros dulces cuando yo era pequeña, y toñas. Las toñas, que también aparecen en la novela, en la región del interior de Alicante de donde procedo son una especie de bollos grandes con azúcar por encima que están deliciosas de todas las maneras que uno se las coma. Eso fue lo que me inspiró para que actuara como nexo entre el presente y el pasado que se va combinando en la novela, y entre unos personajes y otros. Al final las dichosas magdalenas se fueron colando ellas solas por toda la novela a medida que ésta cobraba vida propia. Así que, cómo no, debían de aparecer en el título.

Invito a leerla a todo el mundo y a dejar vuestras opiniones (amables, espero) en Amazon, o aquí. Os estaré muy agradecida.

2 de agosto de 2012

Algo más sobre Sergio...

Al encuentro con los mejicanos aquel viernes acudió Sofía esperanzada, agitada, nerviosa... No se quita a Sergio de la cabeza, ese mejicano misterioso que le provoca mariposas en el estómago y alimenta sus sueños... Si le hubiesen dicho lo que iba a pasar..

“En cuanto Sofía empujó la puerta del pub el corazón le iba a mil. La gente se amontonaba en torno a la larga barra y todas las mesas desaparecían tras grupos numerosos de gente. Sofía miró hacia el fondo alzando la cabeza para ver por encima de las otras, aunque su estatura media no le permitía discernir a nadie conocido. Se abrió camino entre la gente y a los dos pasos notó una presión en el brazo. Rosana señalaba con la otra mano en la dirección contraria. Bordearon a un grupo que bebía y escandalizaba en torno a una mesa alta y allí estaba. Sergio. Sofía contempló de nuevo esos ojos verdes que la miraban mientras se acercaba; esos labios que le sonreían al compás de los ojos, toda su expresión era una sonrisa. El pelo encrespado peinado hacia atrás con el toque justo de espuma. Vestía una camisa azul con finas rayas desiguales. Las piernas se le volvieron flanes. En ese momento supo que lo que tuviera que pasar pasaría y no se le iba a ocurrir ni resistirse, ni girar la cabeza, ni dar un paso atrás.”

20 de julio de 2012

Héctor


Héctor, compañero de trabajo de Sofía en Linark los fines de semana. En un momento dado, Héctor también llega a ser importante en la vida de Sofía. Quizá importante sea un término demasiado fuerte para este caso; Héctor fue más bien como un bálsamo en un momento en que todo parecía derrumbarse.

 “—Tengo una resaca, tía, que me estoy muriendo —le dijo Héctor detrás de uno de los percheros.
—No me digas, pues ya somos dos —dijo Sofía con los ojos semicerrados—. Fíjate que no sé ni cómo he llegado hasta aquí, me he dormido en el bus. Menos mal que es la última parada.
—Cuando yo me he levantado todavía me duraba el pedal. Bah, voy a dejar aquí toda esta mierda y me largo al aseo un rato —dijo Héctor, y acto seguido colgó las prendas en el perchero más próximo y se alejó.
—No te pases, hombre, al menos pon alguna en su sitio.
—Sí, a ver cómo las encuentro, si hoy no tengo ni cerebro.
No, ni hoy ni nunca.
Héctor era un chico de veinticuatro años con mentalidad de quince. Era increíblemente guapo, alto, moreno, ojos azules. Un modelo.”

16 de julio de 2012

¿Quién quiere unas patatitas fritas?

¿Quién quiere unas patatitas fritas?

“Al llegar a la parada del autobús las fosas nasales de Sofía percibieron el apetitoso aroma de las patatas fritas y se abrió un agujero, más grande que los descubiertos por Stephen Hawking, en su estómago. Como el autobús no había llegado aún (después Sofía maldeciría este hecho) Rosana y ella acabaron con una bandeja de patatas fritas con kétchup en las mano...s. Tampoco me voy a morir, y así al menos me absorbe el alcohol. Las pocas personas que estaban desperdigadas alrededor de la parada del bus a esas horas se convirtieron en cientos que se generaron espontáneamente en cuanto el autobús asomó el morro por la esquina. Rosana y ella, concentradas en las patatas fritas, masa de grasa deliciosa que calmaba sus estómagos, no tuvieron tiempo de reaccionar a semejante marabunta y acabaron al final de la cola. Cuando ya se acercaban al vehículo Sofía tropezó con un adoquín roto de la acera, le dio un manotazo al de delante para aferrarse a su camiseta y evitar una estrepitosa caída y las patatas fritas salieron volando por los aires, manchando de kétchup los pantalones y los tops de tirantes de la concurrencia que se arracimaba delante de ella.
—Sorry, sorry —le dijo al que había sufrido su manotazo, que se había girado y la miraba con ganas de matarla—. Joder con las aceras, es que no hay ninguna que esté bien. ¿Pero es que en este país pegan los adoquines con pegamento Imedio? Hala, a tomar por culo las patatas —dijo Sofía mirando con pena cómo eran aplastadas por los pies que se afanaban en subir al autobús. Una patata se quedó pinchada en el tacón de aguja de una chica y Sofía la siguió con la mirada. Su estómago se quejó y por un segundo, aún bajo los efectos del alcohol, Sofía estuvo tentada de recogerlas del suelo. Y del tacón.”

Esas inocentes patatitas, al día siguiente...

“En cuanto se bajó del autobús tuvo que acelerar el paso urgida por un apretón de su intestino malherido y unas flatulencias capaces de despertar el más obtuso de los olfatos y el más tapiado de los oídos. Ignoraba si desde su trono en el salón la polaca alcanzaba a escuchar la mascletá gaseosa que se desató en el aseo. Lo dejó convertido en una cámara de gas mortecino donde no le habría recomendado a nadie prender una cerilla.”

8 de julio de 2012

¿Dónde está Harry Potter?

Que esté ahí el Christ Church college cientos de años aguantando las más horrendas adversidades climáticas, estudiantes borrachos, visitantes pisoteándolo, etc, y que tenga que venir desde la gran pantalla un chaval con una varita para convertirlo de pronto en el más famoso de Oxford. Me refería a Harry Potter (por si alguien no lo había pillado) y la de aquí abajo es la sala donde se rodó (al menos como inspiración). Me dijeron que también la película de la Brújula Dorada se había rodado allí en parte, pero no llegué a confirmarlo.


No es de los más antiguos, pero sí quizá de los más bonitos y, vuelvo a insistir, famosos, gracias al chaval de las gafas redondas.




Una vista desde los jardines, por donde Carlo y Sofía, y más adelante con Sergio, los protas de la novela, pasean cuando hace buen día (un par de ocasiones).

2 de julio de 2012

El tiempo

Pues lo que todo el mundo sabe no, lo siguiente. Quien no le dé importancia al clima, está mintiendo. Cuando pueden pasar perfectamente unos dos meses sin ver un rayito de sol asomar entre las nubes, a una se le mete la penumbra dentro. Así es el tiempo en las islas británicas. Hay excepciones. Muy raras, pero las hay (por ejemplo, hay testimonios de haberse alcanzado casi 30ºC algún día suelto durante el verano. Verano por decir algo). 

“Un sempiterno vientecillo helado golpeaba las cabezas y enfriaba los cuerpos sin piedad, y la lluvia no entorpecía su labor. Bajo su acción los paraguas se volvían objetos inútiles, arremolinaba cabellos recién peinados, levantaba faldas, provocaba estornudos y extraía mocos de las narices como un embudo.”

“Afuera llovía. Y continuó lloviendo con fuerza sin tregua toda la noche. Sofía oía el repiqueteo de la lluvia contra el tejado como un batallón de caballos acercándose al galope, hasta que al final cayó en un sueño superficial e inquietante. Al despertarse, el batallón todavía estaba allí. La diferencia de luz con la cortina retirada era poca y la humedad se había colado en la habitación como un espíritu maligno.” 


 “El fin de semana una lluvia inmisericorde, capaz de vencer la impermeabilidad de las más reputadas telas, se desplomó tempestuosamente sobre calles, tejados y parques, fustigando árboles, antenas, personas y paraguas. Sofía salió únicamente al supermercado. Volvió empapada, con todos los envases de los productos mojados, las bolsas chorreando y charcos dentro de los zapatos y le pilló un berrinche que se pasó media tarde llorando.”

27 de junio de 2012

SERGIO

Sergio es apasionado, tierno, simpático… ¿Quiere realmente a Sofía? ¿Qué está escondiendo?

“—Mira, acá está el que faltaba.
Sofía se giró y quedó frente a un atractivo rostro de ojos verdes, barbita de varios días y pelo rubio y encrespado.
—Me voy un segundo y ya andan conociendo mujeres, güey —dijo el recién llegado.
—Ella nos conoció a nosotros, güey, nos oyó el español y ahí nomás nos saludó.
Se presentaron. Sergio.
—Y dónde dices que están ustedes. Agarra tu pinta y vamos para allá —dijo Tom.
Rosana no pudo por menos que sorprenderse cuando, unos minutos antes, había visto a Sofía ir hacia la barra sola y ahora la veía regresando acompañada por tres hombres.”


En su segundo encuentro:

“Sin esperar respuesta Tom cogió a Rosana de la mano y comenzó a tirar de ella para que se levantara. Sergio se puso en pie y ofreció su mano a Sofía, que no opuso resistencia alguna. Sonaba una de esas canciones densas de salsa pero a Sofía le dio igual en cuanto Sergio la rodeó con el brazo por la cintura y con la otra mano sostuvo la de Sofía. La atraía hacia sí, la alejaba, le hacía dar la vuelta, juntaba su cabeza con la de Sofía, hasta que podía sentir su aliento, y se perdía en sus ojos verdes que se la comían con la mirada. No pensaba, no oía, no veía, sus sentidos estaban anulados para el resto del mundo, su mente también. Se le enredaban los pies entre los de Sergio, tropezaba y se reían, siempre muy juntos, siempre mirándose. Tres canciones después, aunque podían haber sido cuatro, o dos, o cinco, a Sofía le daba vueltas todo, o el mundo daba vueltas muy deprisa alrededor de ella, cambió la música y el Dj salió de la cabina. Dejaron de bailar y volvieron a la mesa. Sergio aún retuvo la mano de Sofía unos segundos durante el trayecto, y ésta sintió que le flojeaban las piernas.”

El inicio de algo incontrolable:

“Cerraron el O’Neills y entre la confusión de un mundo en excesivo movimiento salieron a la calle sin sentir frío. Iban los cuatro mezclados, riendo, tres ciegos y Rosana a medio camino (había consentido en probar una cerveza que dejó a mitad) y al llegar a la esquina de Cornmarket Sofía oyó algo como “vamos a continuar la fiesta”, “en mi casa”, en casa de quién, fue a preguntar Sofía, en medio del desconcierto y la risita descontrolada. Alguien la rodeó con el brazo por el hombro y la arrastró en dirección contraria, hacia St. Giles, y alcanzó a comprender, pues la fiesta sigue en casa de estos, pero cuando se giró los otros dos no venían.”

24 de junio de 2012

La polaca

La polaca. La manzana podrida de toda casa que nadie desearía que le tocase en suerte. La pérfida, la malévola, la insidiosa… también conocida como la pústula.
Una aparente anorexia le mantiene el cuerpo más seco que el palo de una escoba, y sin embargo le roba comida a las demás. La ladrona. Con Sofía se ceba. Se dedica a robarle la comida sistemáticamente. Rosana sugiere y Mariana confirma el posible motivo tras los hurtos desmedidos: los celos, celos por robarle la amistad de la española. ¿Pero son celos sólo por amistad o los mezquinos sentimientos de la polaca (si es que los tiene) son más profundos de lo que parece? ¿Es sólo amistad lo que le gustaría a la cleptómana mantener con Mariana? Nunca aparece con ningún hombre… 

“…una silueta se materializó tras el cristal esmerilado.
Lo que le abrió fue una gran cabeza ensartada sobre la esquelética figura de una chica morena, alta y desgarbada, como una aceituna pinchada en un palillo (por no decir algo más grosero).
—Hello —dijo con cara agria. A Sofía le chirriaron los oídos. Reconoció el acento polaco de inmediato y rememoró la odiosa temporada que había tenido que convivir con las otras polacas insoportables en la casa-pocilga de Headington.
Le explicó a la Chupa-Chups que era la nueva inquilina, bueno, la que en realidad ya vivía allí antes de marcharse a España por una temporada y ahora regresaba a la misma casa. Entonces esa expresión acre de la polaca se transformó en una sonrisa falsurrona de oreja a oreja mientras el cuerpo bajo ella se abalanzaba sobre Sofía y le hincaba varios huesos estrujándola en un abrazo de bienvenida. Un poco más fuerte y me deja moratones. Esta muestra de desmedida efusividad desconcertó a Sofía quien, si bien no se tenía a sí misma como un dechado de apasionamiento, sobre todo del contacto físico con extraños, no pudo por más que desconfiar, como hacía de aquella gente que se precipita así sobre el prójimo al primer contacto. Le preguntó por los demás inquilinos y la exaltada vecina le explicó que consistían en otra chica española, que aún no había llegado del trabajo, y una checa (de la República Checa), aún por instalarse. Pretextando un absoluto cansancio pero verdaderamente tratando de huir de aquel acento que estaba ahondando aún más su deprimido estado mental, se retiró a su habitación.
—¡Estaré abajo por si me necesitas!
Ni aunque me estuviera muriendo.
De repente se dio cuenta de que tenía que subir las maletas por las escaleras ella sola (el muy imbécil de Carlo) y a punto estuvo de cambiar de idea y llamar a la polaca, pero cayó en la cuenta de que ese esqueleto cabezón no sería de gran ayuda.”
(Capítulo 1)

Ya desde un primer momento a Sofía no le dio buena espina, no le causó buena impresión. Creyó que se había dejado llevar por sus prejuicios y la desagradable experiencia con otras polacas en el pasado. Pero comienzan los robos… y una guerra silenciosa se desata entre ellas. Sofía lleva las de perder.

“En respuesta al comportamiento execrable de la víbora putrefacta (algunos lo llamarían venganza), Sofía abrió y cerró a golpes la portezuela de su alacena hasta que creyó que con una vez más se rompería. Hizo lo mismo con la puerta del microondas, depositó la taza en la encimera con fuerza (esto no funcionó porque la costra de suciedad amortiguó el golpe y además luego le costó despegarla), ordenó por tamaños los platos sucios amontonados en el fregadero, dejándolos caer pero sin romperlos, abrió otra portezuela de la que no tenía que extraer nada y cualquier otra fechoría que se le ocurrió. A los cinco minutos la pústula infecta se levantó y subió al aseo tambaleándose como una zombi. Sofía se giró un momento y la vio pasar de refilón. La había despertado; eso imbuyó su penoso estado anímico de renovados bríos.” (Capítulo 25)

20 de junio de 2012

Lugares para visitar en Oxford...


Fíjate en la indicación a "Alice's shop". Sí, es de "Alicia en el país de las maravillas" ("Alice in Wonderland"), y sí, hay una tienda donde se venden cositas curiosas relacionadas con el libro.

Y abajo la foto de la entrada del Eagle and Child, pub mítico en Oxford donde el autor de tan fantástico (de fantasía) libro pilló las cogorzas necesarias para escribirlo.



"Normalmente Sofía y Rosana se encontraban en el autobús (ésta vivía unas paradas más abajo) cuando quedaban los viernes y su pub habitual era el mismo que en su día lo fue para Tolkien, C.S Lewis y Carroll, el Eagle and Child, en la avenida St Giles. Es un pub formado por recovecos y pasillos sinuosos con las mesas dispuestas en un lado y con un olor a cerveza rancia que debe proceder aún de la que derramó el escritor cuando era asiduo del mismo. Allí los mentados intelectuales se debían surtir del combustible necesario para sus novelas, es decir, muchos litros de cerveza y quién sabe qué más necesitaban para crear las enrevesadas fantasías que casi todo el mundo conoce. Pero ese viernes no encontraron ninguna mesa vacía."

19 de junio de 2012

Ponting

Si vas a Oxford, no dejes de practicar el ponting. Suponiendo que no llueva (difícil), podrás disfrutar de nubes de insectos atacándote a sus anchas (no puedes correr porque estás encima de la barquita, ni espantarlas a manotazos para no soltar el palo), disfrutarás de unas estupendas vistas de matorrales y más matorrales (verdes, eso sí), con los que te enredarás por un mal manejo del palo, y vistas de las verdosas y viscosas aguas del canal, sudarás la gota gorda manejando el palito para impulsar la barca y tratar de alejarla (inútilmente) de la orilla, hacia la que se dirige sin remedio (la corriente no se aprecia, pero se ve que sí la hay). Si te lo tomas todo a risa, te lo puedes pasar en grande.

“Dieron la vuelta por toda la pradera bordeando los canales de aguas verdosas y casi estancadas. Parejas y familias practicaban el ponting en canoas de esas que alquilaban junto al puente del Magdalen College, y que consistía en sudar la gota gorda clavando un palo en el fondo e impulsándose. Casi todos estaban atascados o enredados en la salvaje vegetación que circundaba las orillas del canal.”